Ilumina las tinieblas de mi corazón…

Ilumina las tinieblas de mi corazón...

En las afueras de Asís, había una pequeña iglesia dedicada a los dos santos que celebramos hoy: Cosme y Damián, dos hermanos médicos que -a causa de su Fe- murieron torturados y quemados vivos, y según la tradición, también decapitados, alrededor del año 300 por orden del emperador romano. La devoción a estos dos santos médicos se extendió rápidamente, así como la fama de sus milagros. No es de extrañar que hubiese una Iglesia dedicada a ellos en las afueras de Asís, donde podían acudir pidiendo curación también los pobres y los marginados.

Allí fue el joven Francisco a orar, buscando orientación. «Ilumina las tinieblas de mi corazón…», oraba Francisco ante la imagen del Crucificado que se hallaba en aquella Iglesia. Allí recibió Francisco su vocación de «reparador»: «Francisco, Ve, repara mi casa, que como ves, amenaza ruinas». Francisco encontró la Voluntad de Dios al «contemplar» las ruinas de aquella antigua ermita, y se puso manos a la obra, a reparar… Había una relación estrecha entre lo que «vio», lo que «buscaba», y lo que sintió que Dios le pedía «hacer». No lo hubiera entendido nunca si no hubiera abierto los ojos.

La liturgia de hoy habla del Templo del Señor, lugar donde reside su gloria. La primera lectura habla de la dedicación del templo en la época del escriba Esdras, y el Salmo canta la Alegría de peregrinar hacia la casa del Señor. El Evangelio da un salto, nos habla de una nueva familia, la familia de Jesús construida por personas que «escuchan la Palabra de Dios y la practican». La liturgia nos hace volver los ojos de las piedras físicas del Templo hacia las piedras vivas de las personas que conforman esta nueva familia en la que Dios pone su morada. En el corazón De Francisco también se dio este paso… al ponerse a reparar la Iglesia de San Damián, él mismo se convertía en piedra viviente de una Iglesia construida de amor y fraternidad, de carne y hueso, de ternura y solidaridad.

En la Iglesia dedicada a los santos Cosme y Damián, médicos que cuidaron el cuerpo físico de sus hermanos, Francisco recibió la misión de cuidar la Iglesia, el cuerpo de Cristo… oremos a estos dos santos mártires cuya fiesta celebramos hoy que intercedan por nosotros y también nos ayuden a ser cuidadores, reparadores, en este inmenso cuerpo llagado y sufriente de Cristo Señor.

Sebastián Barría Ampuero
Área creativa y comunicaciones

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